En el arcano XVIII aparece una de las luminarias de nuestro mundo, la Luna, en sus dos aspectos primordiales. Por un lado es Hécate, la terrible diosa hechicera y guardiana de las puertas del Hades, es decir, el infierno, bajo cuyo influjo las almas quedan atrapadas en un sinfín de imágenes que refleja el lago, representación del inconsciente; por otro, es la diosa Madre, el principio femenino, la matriz universal y el arco de entrada a una nueva vida de carácter superior. Por ello al penetrar en el reino de la Luna, el hombre deberá poner a prueba la fe conquistada en el arcano anterior, la Estrella para atravesar, en palabras de San Juan de la Cruz, la noche oscura del alma, y caminar hacia la totalidad sin otra ayuda que el pálido y frágil destello de su intuición.
Aún así, este arcano proporciona al hombre poder sobre las ilusiones de la realidad material, y esto, que en un principio parece una ventaja, puede volverse en su contra, atrapándole en el ilusorio mundo de poder creado por su fantasía.
El verdadero reto de este arcano es el de ir más allá de las torres, en pos de la verdad desnuda de todo poder ficticio, sin dejarse influir por los ardiles y engaños de la reina de la noche. Ella concede al hombre la potestad de la magia, pero también le desgasta energéticamente, y puede impedirle alcanzar su meta.
Aún así, este arcano proporciona al hombre poder sobre las ilusiones de la realidad material, y esto, que en un principio parece una ventaja, puede volverse en su contra, atrapándole en el ilusorio mundo de poder creado por su fantasía.
El verdadero reto de este arcano es el de ir más allá de las torres, en pos de la verdad desnuda de todo poder ficticio, sin dejarse influir por los ardiles y engaños de la reina de la noche. Ella concede al hombre la potestad de la magia, pero también le desgasta energéticamente, y puede impedirle alcanzar su meta.
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